Experiencia
De pequeños nos enseñaban en la escuela las tres etapas que constituían el método científico: observación, hipótesis y experimentación. Una visión adecuadamente simplista que la historia de la Ciencia pulveriza una y otra vez (por ejemplo, Einstein no elaboró su teoría de la relatividad como respuesta a un importante hecho observacional sin explicación; eso vendría después).
En cualquier caso, la Ciencia necesita una relación constante y
estrecha con la naturaleza: el investigador debe observarla, recoger experiencias, seleccionar la información e incluso manipular la realidad de manera reproducible. Esta experiencia es la que le permite crear una imagen del sistema que investiga y, a partir de ahí, postular ideas, construir relaciones entre ellas y, finalmente, elaborar leyes y teorías (no siempre contrastables). Es decir, generar conocimiento científico, cuyo progreso está vinculado al avance en la capacidad para "mirar" y analizar del investigador.
Pero el camino hacia la Experiencia no es único. Quizá la imagen más popular sea la del investigador encerrado en su laboratorio, realizando prueba tras prueba, como las que llevaron a Rossalind Frankiln a obtener los mapas de difracción de rayos X, que revelaron de manera inconfundible la estructura helicoidal del ADN. Es la experimentación.
Sin embargo, no siempre se puede recurrir a la experimentación. ¿Y si el objeto de estudio se encuentra lejos o no puede introducirse en un laboratorio? De estos impedimentos surge la exploración, el viaje: como el que realizó, a bordo de la Beagle, el joven naturalista Charles Darwin a las islas Galápagos, cuya fauna le inspiró una de las ideas más brillantes de la historia: la selección natural.
A veces el objeto de estudio se encuentra tan lejos que no podemos plantear ningún tipo de interacción con él. No podemos manipularlo, transformar las condiciones del entorno ni estudiar su reacción. Es decir, no podemos experimentar, y menos aún explorar. Solo nos queda la observación pura. En este sentido, Auguste Comte se basaba en la lejanía de las estrellas para predecir que jamás conoceríamos su naturaleza. Se equivocaba: no contaba con la ingente información codificada en su luz.
A estos tres caminos del conocimiento quizá deberíamos añadir una cuarta vía, nacida al abrigo del desarrollo tecnológico de los ordenadores. Nos referimos a la simulación: la posibilidad de crear un mundo virtual, de establecer sus leyes, de modificarlo a nuestro antojo, de observarlo a gran escala y luego compararlo, en la medida que podamos, con la naturaleza. Una nueva manera de aproximarse a lo que llamamos realidad. Para muchos, un nuevo método científico en sí mismo, a caballo entre la teoría y la experimentación.
Cuatro caminos hacia el conocimiento con algo en común: el propio observador.
En esta segunda noche de ciencia contrastamos tres posibles formas de conocer la naturaleza: experimentación, exploración y observación.
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